Hace unos días un cliente intentó indicarme como debía llevar un asunto.

Él se amparaba en los dictámenes de al parecer «otro abogado«.

No me gustó recibir esas instrucciones que a la vez sonaban a amenaza de perder un cliente, por ello me anticipé y le indiqué que sería mejor que se llevara sus documentos a ese «otro abogado» pues sin duda alguna él se lo llevaría mejor, pues yo decido cómo llevar los asuntos y ya había empezado a llevarlos.

No pasó nada, al menos hasta ahora; pero si cambia de opinión y se marcha creo que el que mas ganará seré yo.

El estatuto de la abogacía es claro y en su artículo 1 indica como principios rectores la independencia junto con la libertad, dignidad e integridad todo con respeto al secreto profesional.

Por otra parte, el código deontológico de la abogacía, la independencia del abogado está en el artículo 2 y en su apartado cuarto dice: se le permite, al abogado, rechazar instrucciones que pretendan imponerle su cliente…

En mi época de aprendiz, me recordaban estos principios; pero yo, con ansias de empezar a trabajar, pensaba en cómo se pagan las facturas y que esas instrucciones son fáciles para aquellos que ya están establecidos.

Pues bien, quiero compartir una experiencia.

En cierta ocasión, ante un asunto penal, con un sumario con demasiados tomos y condenas elevadas, visualicé mis honorarios. El caso es que el mío estaba en prisión provisional y todas las veces que pedía la libertad provisional, me la denegaban.

Algo alejado a la transparencia había, incluso secretos de parte del sumario. El caso es que mi cliente pedía reunirse y me indicaba que ya no podía aguantar mas esa falta de libertad injusta, por supuesto (siempre injusta), y me pedía escritos algo mas agresivos.

Algo de razón tenía, pues con lo que sabíamos en ese momento, la privación de libertad no estaba fundada, así que valoré algunas variables y vi que podía perder el cliente por desazón jueza y fiscal, así que hice un escrito duro a sabiendas de que lo leerían.

Se celebró una comparecencia y cuando estuvimos solos, ellas y yo, ambas, jueza y fiscal mostraron su malestar con mi escrito.

Mi cliente, tampoco salió de prisión.

Así las cosas, el cliente pensó que mi trabajo no era eficaz y decidió cambiar de abogado. Abogado que nunca me pidió la venia y lo dejé estar pues creo que no le dejé clientes íntegros.

Me quedé sin cliente, sin cobrar honorarios y con cierta enemistad de la jueza y la fiscal.

Con ninguno de los tres he vuelto a hablar; pero creo que como abogado fui el que mas perdió, perdí cierto prestigio, por eso me acuerdo de esas enseñanzas de mis principios y llego a la conclusión de que el código deontológico y el estatuto de la abogacía no se hicieron mirando a las facturas.

No podemos elegir los clientes, pero al menos no necesitamos llevarlos a toda costa, seguro que hay «otros abogados» mas adecuados para ese tipo de clientes.